Si las bienales de arte siempre buscaron deslumbrar, fue el pabellón principal de la pasada cita de São Paulo (que mostró un vacío absoluto) el bautismo del arte más rompedor como medio para explicar el mundo en que vivimos. La 53ª edición de la Bienal de Venecia -que ayer amaneció con la plaza de San Marcos anegada- arranca tras días de mostrarse a periodistas y otros elegidos (hoy se abre al público) con la intención de rescatar el espíritu primigenio de una celebración del arte contemporáneo como ésta. Participan artistas de 77 países y, fuera del circuito oficial, hay más de 40 eventos de primer orden, que este año han sido unas de las grandes atracciones. Propuestas interesantes y notables esperpentos. Sea como sea, el interés por la clase de arte que provoca (sensaciones, emociones, asombro o un monumental cabreo) sigue más vivo que nunca. Pero también hay sitio para el arte profundo, como así lo han atestiguado estos días las larguísimas colas que desbordaban los pabellones de EE UU, Gran Bretaña, Holanda y Polonia.
Media hora antes de la apertura (a las 10.00) del recinto de los Giardini, lugar de los pabellones oficiales, la cola ya llegaba hasta el borde de la laguna. Todo por lograr ver la pieza estrella de la Bienal: la película titulada precisamente Giardinien la que durante 50 minutos se recrea la soledad que vive este espacio en invierno, cuando no hay actividad y los perros campan a sus anchas como únicos habitantes de estos jardines. En una doble pantalla se van sucediendo escenas que no adornan ninguna narración. Por todo sonido se escucha, de vez en cuando, el de las campanas de las iglesias, el paso de los vaporetoso las pisadas caninas. ¿La acción? Hay ananás que trepan por la corteza de los árboles, las lombrices asoman entre las juntas de las baldosas y las lagartijas se deslizan bajo las zarzas. ¿Y el tema? Como en otros trabajos suyos, Steve McQueen habla del cambio de identidad que sufren personas y cosas en diferentes momentos y por diferentes circunstancias. El resultado genera una mezcla de melancolía y tristeza. Silencio de asombro y aplausos cerraron el viernes la segunda proyección de la mañana.
Las colas crecían y crecían a escasos metros del crecer de las plantas del artista que dirigió la multipremiada película Hunger (2008). Aguardaban para entrar en el pabellón de EE UU, ocupado por Bruce Nauman (Indiana, 1941), artista multidisciplinar de quien se exhiben dos bellas instalaciones, plenas de luz y sonido, fuera de la Bienal y que será nombrado doctor honoris causa el lunes en la Universidad de Venecia. Nauman ha rodeado su pabellón con neones nada menos que para hablar de virtudes como la prudencia, la justicia, la fortaleza o la templanza en una pieza globalmente tituladaTopological gardens. En el interior, expone tres impresionantes montajes. En uno cuelgan, a modo de móviles, 15 pares de manos rozándose. En la siguiente habitación penden del techo cabezas cuyos moldes son de voluntarios amigos. El espacio final está ocupado por una gran fuente de la que saltan piezas en formas caprichosas. El intercambio de experiencias e interacción con el espectador centran el tema del pabellón.
En el de Polonia, Krzystof Wodiczko presenta Huéspedes, centrado en los inmigrantessin papeles que aparecen como sombras intuidas tras ventanales opacos. Se completa con una performance exterior con voces y gritos que contrastan con el silencio interior, realizada por Elena Elagina e Igor Makarevich.
El fiasco principal se encuentra en el Arsenale, donde los participantes responden a la propuesta de esta edición: Construir mundos. Se trataría en realidad de crear arte para construir mundos. El resultado es una acumulación de obras cuyos autores parecen no haber ido mucho más allá del enunciado de la convocatoria. Parece un chiste, pero abundan las instalaciones a base de sacos de cemento, montañas de clavos o haces de maderas para tejados que sorprenden tanto como pasman. Algunas divierten, como las postales de una Venecia inexistente que reparte la artista polaca Aleksandra Mir; impresionan, como la instalación con hilos de oro levemente iluminados de la brasileña Lygia Pape; o conmueven, como los espejos que va rompiendo Michelangelo Pistoletto cada día. En general, sin embargo, el resultado parece el de un parque temático centrado en la confusión.
Quizá ése es el mensaje que se buscaba porque la confusión continúa en los Giardini, donde la exposición internacional sigue en el renovado pabellón de la bienal, cuya fachada ha sido ocupada por un monumental paisaje idílico de mar y palmeras de John Baldessari, artista que ayer recibió el León de Oro a la carrera, una distinción que compartió con Yoko Ono. La artista y viuda de John Lennon presenta en el Palazetto Tito de Venecia Anton's memory, homenaje a la vida de una madre explicada por su hijo y que ayer mismo realizó una de sus performances. También está en los Giardini con una de sus obras históricas, Instruction pieces, en las que en sencillos carteles anima al público a, por ejemplo, "escuchar los latidos del corazón". Buena idea.
Información: "EL PAÍS". ÁNGELES GARCÍA / CATALINA SERRA - Venecia - 07/06/2009
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